Al igual que muchas otras enfermedades, el tratamiento será pautado en función de los síntomas del paciente. Aquellos que sean asintomáticos o presenten síntomas muy leves, es probable que no reciban ningún tipo de tratamiento. Para las personas que presenten síntomas graves o que simplemente tengan síntomas permanentes durante un largo periodo, se les iniciará una terapia centrada en antibióticos como el tinidazol, nitazoxanida o metrodinazol. En el caso de niños y embarazadas, se suele usar también el metrodinazol, aunque son casos que necesitan una valoración más exhaustiva. En algunos estudios se ha visto que el uso de metrodinazol durante el primer trimestre de embarazo, puede afectar al feto (no siendo así en los meses posteriores).
A la hora de iniciar el tratamiento, también es importante conocer los efectos secundarios de los fármacos, ya que es posible que aparezcan algunos como: náuseas, sabor metálico en la boca, flatulencias, color amarillo intenso en orina, etc.
En este tipo de tratamientos es importante valorar la inmunidad de los pacientes ante los antibióticos, ya que en estos casos se deberá modificar la medicación y la multirresistencia es cada vez más frecuente.
Cabe destacar que es una enfermedad que también puede ser contraída por animales, y que en estos casos se lleva un protocolo de actuación semejante al comentado (si no tienen síntomas, no se les administrará tratamiento y si los tienen se comenzará con antibioterapia).
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